El soporte de mi producción es el cuerpo. Está para sostener y accionar los procesos personales que devienen obra. Esta relación busca poner en evidencia el vínculo que se ejerce con el otro. La piel es nuestro límite, la frontera que nos separa. Ese borde tatuado de palabras. De repente las piezas pétreas e inorgánicas comienzan a brillar sobre ese cuerpo. La obra se vuelve coraza. La violencia emerge como una posibilidad. Lo aparentemente firme comienza a desmoronarse y se vuelve endeble. Tengo miedo a la maternidad y a la dependencia, tengo miedo a domesticar mi obra.