Miguel de Cervantes, que murió y fue enterrado en el convento de las Trinitarias casi en soledad, no ha dejado de vivir desde entonces a partir de sus obras, a partir de sus personajes. En especial, a partir de su don Quijote, cuya representación se ha convertido casi en espejo del propio Cervantes. Los dos muertos en el lecho. Uno recuperado de la locura por la lectura continua de los libros de caballerías. El otro enloquecido de palabras, de todas las que nunca pudo escribir, de todas las que le daban la vida.
Miguel de Cervantes vivió los últimos años en Madrid en una casa alquilada en la calle León, esquina con la calle Francos (hoy calle Cervantes). Mesonero Romanos se lamenta un 23 de abril de 1833 las prisas que se dieron en destruir esta casa, último vestigio del paso de Cervantes por Madrid:
-¡La casa de Cervantes…! […] ¡Es posible!-, exclamó con resolución. ¿Y quién se atreve a profanar la morada del escritor alegre, del regocijo de las musas?
-El interés, míster, el interés sin duda.
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