Traje de una señora de la Ciudad de La Plata del distrito de Charcas [Sucre, Bolivia], quien viste de gala con faldellín para el paseo o el estrado, y el de la mucama de clase mestiza o chola que le sirve mate.
Desde mediados del siglo XVI a inicios del XIX la vida social y económica del Potosí y sus alrededores giró en torno a la plata del Cerro Rico, y a la acuñación de monedas por parte de la Corona española. Para asegurar la extracción del metal, durante tres siglos la encomienda señorial impuso a las poblaciones indígenas la «mita» –trabajo obligatorio por el cual las comunidades vecinas enviaban hombres a las minas, que reemplazaban con otros cuando estos desfallecían en las esclavizantes labores–. Ello hizo del territorio un lugar sui generis, cuya opulencia alcanzó una fama inédita. Sirvieron a este propósito las pinturas del Soumaya, que sobrevivieron al despojo y declinación de la antigua villa, entrado ya el siglo XIX.
El eco de la pompa aún se refleja en los faustos que retratan estas pinturas. De la antigua Potosí, el historiador Eduardo Galeano hace el siguiente relato:
A comienzos del XVII, ya la ciudad contaba con treinta y seis iglesias espléndidamente ornamentadas, otras tantas casas de juego y catorce escuelas de baile. Los salones, los teatros y los tablados para las fiestas lucían riquísimos tapices, cortinajes, blasones y obras de orfebrería; de los balcones de las casas colgaban damascos coloridos y lamas de oro y plata. Las sedas y los tejidos venían de Granada, Flandes y Calabria; los sombreros de París y Londres; los diamantes de Ceilán; las piedras preciosas de la India; las perlas de Panamá; las medias de Nápoles; los cristales de Venecia; las alfombras de Persia; los perfumes de Arabia, y la porcelana de China. Las damas brillaban de pedrería, diamantes y rubíes y perlas, y los caballeros ostentaban finísimos paños bordados de Holanda. A la lidia de toros seguían los juegos de sortija y nunca faltaban los duelos al estilo medieval, lances de amor y del orgullo, con cascos de hierro empedrados de esmeraldas y de vistosos plumajes, sillas y estribos de filigrana de oro, espadas de Toledo y potros chilenos enjaezados a todo lujo.
El género de estas obras se liga al grabado costumbrista neoclásico que pasó de Francia a España y de ahí al Nuevo Mundo. En 1737 el escultor Edmé Bouchardon (1698-1762) publicó la primera serie de trajes en Les Cris de Paris. En la Península Ibérica, el cuadernillo inaugural fue la Colección de trajes de España (1777), de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla (1734-1790).
Este tipo de estampas alcanzó gran difusión en tierras europeas y americanas; se usó para los juegos de oca y de la lotería, y constituyeron las primeras representaciones de tipos populares que incorporaron la moda y los nuevos estilos de vida. Con esta influencia y la de los cuadros de castas, género artístico y documental de las poblaciones del Nuevo Mundo, se compusieron los de la serie del Potosí.
En estas pinturas se sigue el modelo de la estampa europea prerromántica, aún sin separarse totalmente del Neoclásico. Se trata de narraciones con detalles de la cotidianidad social y que introducen motivos pintorescos en los atuendos, los paisajes y las leyendas para integrar un florilegio de personajes tipo. Con los trajes, las inscripciones identifican a los individuos por sus lugares de origen, carácter, casta y oficio, y se ven elementos como la flora, fauna, arquitectura y objetos de la región andina colonial. Aunque fieles a los motivos, no escapan a la tendencia plástica académica de trastocar los rasgos indígenas en semblantes europeos.
Los cuadros fueron pintados, en opinión de la historiadora Teresa Gisbert, por algún viajero europeo que se hizo ayudar por un aprendiz de la región, y cuya condición social alta le permitió
tomar impresiones de las clases acomodadas. Una leyenda deja constancia de que «esta tarjeta, y las demás están escritas por uno de [los indios de Mojos y Chiquitos]».
El conjunto de obras da cuenta de una población indígena –la mayor de todo el continente– y de la estratificación social que la colonia española trataba de regular, entre otras cosas, con la vestimenta.
Las cartelas de la serie refieren que los nativos se dedicaban a la pesca, al comercio de molinillos, lienzos, algodón y pólvora; a la doma de caballos, y a la fabricación de textiles, tintes, pinturas, tejidos de algodón, velas y cuero para los útiles de las minas, entre otras actividades económicas.