Una pequeña pieza registrada sin título, fue donada al museo en 1995. Su carencia de nombre, ya sea debida al deseo del autor o a una omisión en el registro, abre un mundo de significaciones. Un tablero blanco con abultamientos y oquedades marca ritmos en una especie de código binario que presenta un conjunto de superficies onduladas y punteadas en conjuntos de una y dos incisiones que nunca suman más de tres. No hay formas reconocibles del mundo exterior, sólo se perciben bultos y cavidades rítmicas, colocados en cuatro líneas, en series de siete, a excepción de la primera que rompe el contenido simétrico con ocho figuras. Es un códice de puntos, texturas, ecos y celdillas sobre un rectángulo en blanco que abre posibilidades a la imaginación a partir de un lenguaje que lo mismo nos lleva a las abstracciones melódicas de Paul Klee que a las sencillas formaciones de las culturas primitivas.