Esta obra se atribuye al pintor de floreras del siglo XVII Juan de Arellano (Madrid, 1614-1676). Influenciado por la gran meticulosidad y la clara voluntad ilusionista de los modelos flamencos representados por Seghers o Brueguel, Arellano empezó a pintar flores hacia 1650.
Hay que situar las floreras de Arellano en un contexto de pintura decorativa que fascinaba por su representación verista. Un análisis en detalle de las flores, nos muestra una técnica compleja en la construcción del color y el volumen, una auténtica lección de pintura.
La composición, realizada con un desorden muy estudiado, muestra ejemplares de flores muy habituales en los floreros del autor: tulipanes, claveles, anémonas, jazmines, malvas y rosas. Algunas de estas flores, como los tulipanes, eran auténticas rarezas en ese momento. En estas obras, a menudo el artista reúne en el mismo ramo flores que era imposible ver juntas al mismo tiempo porque aparecían en diferentes épocas del año.
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