El célebre pintor José de Páez dedicó gran parte de su producción artística a las escenas religiosas, con una paleta de colores suaves que le aportan ternura y calidez a las composiciones.
Es el caso de este óleo cuyo eje principal lo ocupa la Virgen del Carmen, sostenida por una peana de querubines sobre un fondo nimbado. Está ataviada con hábito, escapulario y manto, en los que destacan los brocados en oro. En la mano izquierda protege al Niño Dios, que se posa con el orbe celeste, vestido en un color encarnado como referencia al sufrimiento de su Pasión.
Las divinas Personas ostentan coronas dignas de su jerarquía y María a su vez está rodeada por 12 estrellas sobre su cabeza, como lo narra el apóstol Juan en el libro del Apocalipsis. En las esquinas dos pares de coros angelicales custodian la escena.
San José es el patrono de la orden. De hecho, la propia santa fundó el primer convento en Ávila con su nombre. También a él se le pide interceder por la salvación de las ánimas del Purgatorio, por lo que es muy común encontrarlo en distintas representaciones al rescatar almas del fuego.
La doctora mística porta el hábito color pardo con manto blanco y velo negro de las monjas. La mirada de santa Teresa y san José contempla la estampa maternal a la que se entregan con total devoción.
El cuadro fue estudiado por don Manuel Toussaint en su referencial obra Pintura colonial en México de 1982.