El popular nombre «Virgen de la servilleta» tuvo su origen en la leyenda que se forjó en el siglo xix, basada en la estrecha relación que mantuvo durante años el pintor con los monjes y en los tópicos sobre su buen carácter y generosidad. La viajera inglesa Isabella Romer, en 1841 ya menciona la famosa Virgen de la servilleta y se hace eco de la leyenda según la cual, después de cenar con ellos, los monjes instaron a Murillo a entregarles una obra antes de marcharse. Ante tal insistencia, extendió la servilleta como un lienzo y trazó magistralmente la cabeza de la Virgen. María muestra al Niño a través de una ventana como en una escena cotidiana, creando una insólita sensación de espontánea cercanía con el espectador, que convierte a esta pintura en una obra icónica del barroco español.