Si normalmente en el retrato reconocemos al sujeto, las particularidades de los rostros y las regularidades compositivas de las poses son un recordatorio de la cambiante condición social de la mujer como un modelo construido sobre el ideal de lo femenino entre dos siglos. A los 200 años de la Consumación de la Independencia de México resulta imperativo diversificar la discusión e incorporar distintos ángulos de investigación apoyados en las disciplinas sociales, la semiótica, la didáctica y los estudios culturales que propicie la apertura hacia la inclusión de otros rostros de la historia en exposiciones monográficas dedicadas a la reflexión sobre el papel de las mujeres y su representación pictórica.
Ejemplos de conducta
En una sociedad predominantemente masculina, la mayor parte de los retratos virreinales fueron de hombres. La mujer empezó a tener una tímida presencia como donante de alguna imagen religiosa a fines del siglo XVII. Será hasta la segunda mitad del XVIII cuando comiencen a abundar los retratos femeninos: ya fuera de monjas o de mujeres que permanecieron al margen de los conventos. El hogar y el recogimiento fueron también espacios donde la acción de la mujer estaba reglamentada, como hija obediente, doncella honesta, monja devota, esposa o viuda respetable.Los retratos virreinales tenían la función de evidenciar los valores de la sociedad estamental, la forma más recomendable de transmitir ejemplos de conducta y reafirmar una colectividad. Como reflejo de estas circunstancias, el retrato femenino virreinal no buscaba ser espontáneo. Las poses eran rígidas, las actitudes conformes a la dignidad y al lugar social al que pertenecía la mujer. En ocasiones, eran realizados al fallecimiento de la retratada quien podía no posar nunca, por lo que se realizaban a partir de una descripción verbal.De la segunda mitad del siglo XVIII y hasta la primera del XIX, la sociedad mexicana se transformó de ser regida por una jerarquía estamental tutelada por la Iglesia y el Estado, a un México independiente donde los títulos nobiliarios y el sistema de castas quedaron abolidos. Sin embargo, y a pesar de los cambios estructurales, la pauta social para el comportamiento femenino mantuvo a las mujeres en el ámbito de lo privado.
Retrato de dama (c. 1770)Museo Arocena
Esta dama posa en un fondo oscuro con un pesado cortinaje rojo a sus espaldas. A su derecha se distingue una canasta de mimbre con flores naturales, de las cuales la retratada toma delicadamente el tallo, gesto en que parece ofrecer la flor al espectador. Su vestido, aunque esquemático en su trazado, recuerda la moda francesa hacia 1770, tendencia que fuera adoptada en la Nueva España pero con menor atrevimiento que en Europa. Porta el abanico cerrado, aretes y gargantilla de filigrana dorada, prendedor de flores y un tocado de plumas.
Retrato de Sor María Ignacia Candelaria de la Santísima TrinidadMuseo Arocena
Esta obra es copia del original que actualmente se exhibe en el Museo Nacional del Virreinato y que representa a Sor María Ignacia de tamaño natural con la cartela correspondiente que indica su fecha de nacimiento en 1739 y de profesión en 1761.
Retrato de la muy reverenda madre Josefa Cartagena (1752) by Fray Miguel de HerreraMuseo Arocena
Inusual por el formato y la representación sin los atributos propios de sus compañeras de orden, el retrato de esta monja concepcionista también se distingue por su mirada directa al espectador y el libro que sostiene entre sus manos. Los conventos se desarrollaron como centros culturales que en ocasiones permitieron a las mujeres nuevos horizontes más allá de la riqueza espiritual. Esta obra de Fray Miguel de Herrera posiblemente estuvo destinada a recordar a la joven consagrada en el ámbito familiar que abandonaba.
Retrato de Sor Ana María (1723)Museo Arocena
Sor Ana María fue una de las fundadoras del convento de Santa Mónica en la ciudad de Puebla. Aquí aparece en su retrato mortuorio, ricamente engalanada con corona y palma de flores. Las monjas virreinales se ataviaban así en dos momentos trascendentes de su existencia: la profesión religiosa, matrimonio místico con Cristo; y la muerte, el encuentro definitivo con su Divino Esposo. La austera orden capuchina no tenía la costumbre de coronar a sus profesas, sin embargo, por el rango de la fallecida, sí lo hizo a su muerte.
La flor y el abanico
Además de las correspondientes actitudes rígidas y contenidas, la representación de flores, pañuelos y abanicos en el retrato femenino simbolizaban cualidades como la virtud, la honestidad y el decoro.De acuerdo a la Iconología (1593) de Cesare Ripa, las flores son metáforas que aluden a la gracia y la belleza, especialmente las rosas como en el emblema de la afabilidad. En un sentido barroco, simbolizan la fugacidad de la vida, efímera alegoría de esperanza y juventud. En cuanto a las monjas coronadas, las palmas, coronas y velas floridas representan ideales de alegría mística, fe y pureza.Las telas, pañuelos y velos se relacionan a la virtud, modestia y mansedumbre, como parte de un juego simbólico que oculta y expone, que invita y rechaza al espectador. El objeto por excelencia de ese ritmo doble de apertura y cierre, de secreto y evidencia, será el abanico, que aparece en la mano de las damas solo o acompañado del pañuelo. El abanico, como metáfora del recato e imagen de la intimidad, no se mostrará abierto en el retrato cortesano, en concordancia con las reglas de rectitud y honestidad.A pesar de que estos elementos expresan simbólicamente la idealización del género femenino, difícilmente son reflejo fiel de su comportamiento en la realidad. Aún dentro de los límites y expectativas de una sociedad con fuerte predominio masculino, estos retratos de damas mexicanas nos revelan a sus protagonistas como mujeres de importante influencia en distintos ámbitos de la vida privada.
Retrato de dama (1790)Museo Arocena
Esta dama de bella fisonomía y aspecto mundano dirige su mirada al espectador. El rostro y las manos finamente terminadas indican que posiblemente posó para este cuadro. Sobre su vestido porta una prenda de transparencia casi táctil, bordada en rosa, verde y rojo; el cabello está decorado con flores naturales, luce aretes de perla en forma de gota. En la mano derecha ostenta un anillo en oro engarzado con tres diamantes y sostiene con prestancia un abanico cerrado.
Retrato de dama (c. 1850)Museo Arocena
Las delicadas facciones de esta dama contrastan con la firmeza de su puño cerrado al sujetar el abanico y el pañuelo en la mano opuesta. La ingenuidad en la representación de su rostro sugiere que el retrato pudo haberse realizado a partir de una descripción. En cambio, el pintor ha enfatizado las joyas: peineta en forma de flor, elaborados aretes de filigrana en oro y la doble cadena dorada de la que pende un reloj cerrado de bolsillo. Posiblemente se trata de una dama burguesa de provincia, con recursos económicos y algún don de mando.
Ámbito académico y alternativas regionales
En el ámbito de la Academia de San Carlos, establecida en 1781 en la ciudad de México, se realizaron abundantes retratos que compusieron los lenguajes pictóricos de la Nueva España. Apareció entonces el retrato moderno, desprovisto de las cartelas o de los emblemas heráldicos que distinguían a las obras anteriores, y que destacaban la identidad del individuo frente a una sociedad fuertemente jerarquizada y corporativa.Sin embargo, después de la Independencia varios factores frenaron la producción artística y los pintores mexicanos continuaron su formación en el extranjero. Cuando los cuadros de Juan Cordero llegaban a la ciudad de México desde la Academia de san Lucas en Roma, el español Pelegrín Clavé fungía como titular de la cátedra de pintura. Tras la reorganización interna de la Academia bajo el gobierno de Antonio López de Santa Ana en 1843 y la primera exposición de trabajos de alumnos y profesores en 1850, pintores como Felipe Santiago Gutiérrez fueron reconocidos como importantes retratistas por un público más amplio.Independientemente del trabajo desarrollado por la Academia y su influencia, un arte con lenguajes más cercanos a los desarrollados en el Virreinato siguió presente en la práctica de muchos pintores regionales como fue el caso de Hermenegildo Bustos en Guanajuato, José María Estrada en Jalisco y Agustín Arrieta en Puebla. El retrato decimonónico, sobre todo el ejecutado fuera de la Academia, amplió el espectro de personas retratadas. Posteriormente, la fotografía acrecentó aún más el número de retratados y creó sus propias reglas.
Retrato de dama (Siglo XIX (segunda mitad)) by Felipe S. Gutierrez (1824 - 1904)Museo Arocena
Esta orgullosa dama mira al espectador serenamente. Su vestido de seda tornasol tiene flores bordadas, encaje en los puños y escote de ojal a la moda de la segunda mitad del XIX. Porta cuatro anillos de oro engarzados con piedras preciosas, collar de perlas con un dije y aretes del mismo tamaño, una cadena en oro y abanico cerrado. Es una obra de la primera época de Felipe S. Gutiérrez, aún bajo la influencia de su maestro, el catalán Pelegrín Clavé.
Retrato de niña con perrito (1862) by Agustín ArrietaMuseo Arocena
El rostro infantil y la mirada inquisitiva de esta niña, así como el naturalismo en la representación de su mascota, contrastan con la formalidad del vestido de encaje almidonado, la boina de terciopelo rojo y el collar de perlas. Al contrario de las pinturas académicas de niños representados como pequeños adultos, rígidos e inexpresivos, este retrato se caracteriza por su expresividad y naturalismo. Ambas fueron cualidades estilísticas en los focos provinciales de arte como Guadalajara y Puebla, ciudad donde Agustín Arrieta se encontraba establecido.
Retrato de niña (Siglo XX) by Jorge Sánchez HernándezMuseo Arocena
En esta obra, inspirada en el estilo académico del siglo XIX, la niña posa como una adulta en miniatura. El atrevido juego del abanico desplegado y el escote del vestido almidonado aluden a su inminente ingreso al mundo de los mayores. Su mirada lánguida, como gesto nostálgico, se dirige a un punto indefinido fuera del cuadro. Detrás del pesado cortinaje rojo se revela un atardecer, un original detalle que identifica este retrato como una imagen simbólica sobre el tránsito de la infancia a la madurez.
Museo Arocena
DIRECCIÓN: Fabiola Favila Gallegos
CURADURÍA E INVESTIGACIÓN: Adriana Gallegos Carrión
FOTOGRAFÍAS: Gerardo Suter / Jesús Alberto Flores Valenciano / Lorena Valdivia Armendáriz
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