El vino argentino, pasado, presente y futuro

Las primeras vides se plantaron extrañamente en la calurosa Santiago del Estero. Fueron los jesuitas quienes distinguieron las bondades de los vinos cuyanos por ser generosos y resistentes y estar favorecidos por las condiciones climáticas. 

A finales del siglo XIX la irrupción del ferrocarril permitió que la provincia de Mendoza oficiara como el eje que vertebra la incipiente industria, que ya se había expandido a otras regiones andinas, como San Juan, Catamarca, Salta y La Rioja.

Si bien la uva Torrontés tiene el mérito de ser la única originaria, la cepa Malbec logró posicionarse con el tiempo como la más representativa y la que jugó un rol central en la internacionalización del vino argentino en la década de 1990.

En la actualidad, la uva para vinificar más plantada es el malbec, que con casi 45.000 hectáreas supera a las cepas que le siguen (bonarda, cabernet sauvignon y syrah).

Luego de años de elaboración primitiva y cosechas rudimentarias, durante el siglo XIX las familias inmigrantes llegadas desde Europa arribaron con nuevas técnicas de cultivo y otras variedades de cepas y se establecieron definitivamente en las provincias de Cuyo.

En Cuyo, los inmigrantes integraron los saberes de los pueblos originarios, como los huerpes, y sus técnicas para aprovechar y encauzar el agua que descendía desde la Cordillera para utilizarla en el riego de sus plantaciones.

Hacia finales del siglo XX, los viñedos trascendieron su zona de influencia habitual en Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Salta, Neuquén y Río Negro. Desde entonces nacieron nuevos emprendimientos que metamorfosearon el paisaje de las viñas.

Llegaron los vinos oceánicos desde la Costa Atlántica, los vinos serranos en Córdoba y San Luis y una nueva identidad patagónica desde Chubut y La Pampa hasta llegar a una superficie cultivada con vides de 215 mil hectáreas en todo el país.

Gracias a la extraordinaria reconversión tecnológica, la edificación de modernas bodegas y el estudio de suelos en la busca de nuevos terroirs, la industria vitivinícola nacional logró extenderse en la mayor parte de las provincias argentinas.

Hoy la Argentina elabora los mejores vinos de su historia y consiguió un definitivo reconocimiento como sexto productor global, mientras ocupa el séptimo lugar de consumo per cápita, con 22 litros de vino anuales por habitante.

En los últimos años, muchas bodegas, tanto boutiques como tradicionales, hicieron visibles otras cepas menos conocidas por el gran público, como riesling, gewürztraminer, tannat, sangiovese, barbera, garnacha, petit verdot y albariño, entre otras.

El prestigio ganado por el Malbec irradió también hacia uvas emblemáticas como cabernet sauvignon, cabernet franc y chardonnay de cara a las nuevas demandas del mercado.

Con una industria en constante evolución, son más de 17 mil los productores que cosechan las uvas para las más de 900 bodegas que abastecen tanto el mercado interno como externo, motorizan las economías regionales y renuevan el embrujo por la bebida nacional.

En pleno siglo XXI, el vino mantiene su status como una de las grandes pasiones argentinas, orgullosa embajadora de la cultura, presente en cuadros, poesías, tangos, literatura y que acompaña entre copas las epopeyas nacionales.