En las barrancas de Chignahuapan, las nubes y la niebla pasan rozando el suelo como si fueran ríos. La humedad que dejan a su paso, permite que los árboles se conviertan en hogar de millones de plantas epífitas, que los recubren como si fueran su pelaje. Algunas de ellas parecen nidos, otras coronas o espinas. Aún así, la forma más bella y llamativa es la de la planta Tillandsia usneoides, que construye largos velos que cuelgan desde lo alto de las ramas y que se mecen suavemente con el viento.
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