La historia de san Vicente diácono, uno de los mártires más antiguos y populares de la Península, se resume en este retablo con las escenas de la predicación del santo ante el emperador Daciano, el martirio en el ecúleo, el santo arrojado al río con una muela al cuello y atacado por un lobo feroz y la muerte del santo en una escena de aire doméstico. En la calle central se representa al santo titular, vestido con dalmática roja, con la muela a su lado y en la mano la palma propia de los mártires. Encima podemos ver el habitual Calvario, con un san Juan de cabellos alborotados. A la muerte de su padre Joan en 1529, Perot Gascó pasó a dirigir el taller familiar, donde también intervinieron sus hermanos. El estilo propio de Perot, bien ejemplificado en este retablo de san Vicente, se define por el mayor cuidado en la construcción perspectiva de las escenas y por unas figuras menos robustas y más estilizadas y frágiles que las de su padre, con rostros almendrados de facciones delicadas (como el de san Vicente), profundizando en algunos rasgos que ya aparecían en las producciones gasconianas de la década de 1520-1529. La suavidad con la que Perot adoptó los modelos aprendidos en el taller paterno delata su postura más receptiva a las formas artísticas imperantes en Italia, hecho que se encuadra en el cambio de referente que experimentó la pintura catalana de la época.