Adolfo Solichón, repostero de la Casa Real y discípulo de la Casa de Lhardy de Madrid, decía en el prólogo de su libro El arte culinario (ca.1900):
El arte culinario sigue el camino del progreso, al cual está íntimamente unido, pues nadie podrá atreverse a negar que los artistas, que hoy practican con tanta brillantez, han introducido en él un gran impulso, grandes perfecciones, grandeza y lujo, a la vez que métodos útiles. Negarlo sería indicar la decadencia del arte.
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