Este pasaje sobre la vida de María se refiere al momento en que la Virgen sube a los cielos después de haber expirado. Como era muy usual en la pintura novohispana, la escena en particular representa dos componentes: el momento en el que ella sube, acompañada de seres angélicos, mirando al cielo en donde se encontrará con su hijo, y las reacciones que tuvieron los apóstoles alrededor de su sepulcro, después de haberse reunido tras varios años. Algunos textos señalan que Tomás no había llegado a tiempo para verla, por lo que a su arribo decidieron abrirlo, percatándose de que en él sólo había flores que emanaban un aroma espléndido, así como la túnica con la que habían rodeado el cuerpo de la Virgen.[1]
En la imagen del Museo vemos a un apóstol, seguramente el mismo Tomás, que se inclina exageradamente para tocar el manto y las flores, destacando así lo inesperado del suceso. La representación de éste, así como de otros personajes, denota el oficio de un artífice quizá poco interesado en la exactitud naturalista de las figuras o poco culto, lo que compensa con las sueltas pinceladas de algunas zonas y sus expresiones suaves. La obra, probablemente de la segunda mitad del siglo XVIII o principios del XIX, no acusa las novedades que la pintura de vanguardia de la Ciudad de México ya había llevado a la de Puebla por entonces, y, por la elección de la paleta, a excepción en el uso del azul de Prusia (sintetizado por primera vez en 1704);[2] el tipo de figuras y composición, parecen hacer más bien eco a la tradición poblana del siglo anterior.[3]
[1]. Francisco Pacheco, El arte de la pintura, Edición, introducción y notas de Bonaventura Bassegoda i Hugas, Madrid, Cátedra, 1990, [1649], pp. 654-658.
[2]. Nicolas Easteaugh, Pigment Compendium, Italia, Butterworth-Heinemann, 2008, p. 315.
[3]. Estudio de José Luis Ruvalcaba Sil, abril 2012, pp. 9-10.