En la Península Ibérica este tipo de pinzas eran ya conocidas en contextos del Bronce Final, aunque con un tamaño menor. En época ibérica, las pinzas acabaron por formar parte de ajuares funerarios, específicamente de guerreros.
En este caso, fueron localizadas en la zona del santuario de la Torre Alba, enterradas en el suelo a modo de ofrenda junto a otros objetos, como cerámicas griegas o la garra de un oso. En el extremo se ha fosilizado el tejido en el que estaba envuelta cuando se depositó en el lugar.