En esta escultura realizada en madera y que pareciera ser un tablero común de ajedrez, Gabriel Orozco introduce una serie de modificaciones en términos de escala, estructura y sentido. Como resultado, ofrece una superficie que, de manera simultánea, coquetea y se distancia de la imagen habitual de dicho juego de estrategia. A diferencia del tablero bicolor de 64 casillas sobre el que dos contrincantes hacen avanzar sus 16 piezas organizadas jerárquicamente, en la trama de esta obra hay 256 posiciones que alternan una combinación de cuatro colores. Habitado únicamente por caballos –64, también de colores distintos–, se trata de un espacio cuya ampliación exponencial ha dislocado el sentido racional y oposicional del juego.
“El trabajo escultórico de Orozco oscila continuamente, aplicando diversas estrategias de dislocación discursiva, temporal e institucional”, señaló en 1996, un año después de la realización de esta obra, el historiador y crítico de arte alemán Benjamin Buchloh. En el ensayo “Gabriel Orozco: La escultura de la vida cotidiana”, destaca las maneras en que el artista emplea libremente los géneros, convenciones y definiciones escultóricas, para luego redefinirlos. Desde esa perspectiva, examina trabajos ampliamente reconocidos del artista a partir de sus estrategias escultóricas; por ejemplo, la dimensión ritual en el trabajo de los materiales en Mis manos son mi corazón (1991); la transformación de objetos de producción industrial en La DS (1993); o la mera distribución de objetos encontrados, como en Turista maluco (1991). Como sugería el autor en una observación que parece válida para Caballos corriendo al infinito, el artista evidencia la variedad de experiencias posibles en el encuentro entre un observador, el objeto artístico y el espacio de exhibición. De acuerdo con Buchloh, “la dislocación del objeto escultórico y la destrucción de la experiencia de la existencia pública son las cuestiones centrales del proyecto de Orozco”.
Desde esa apuesta por la experiencia del espectador a partir de un objeto escultórico desconcertante, una perspectiva fundamental para enmarcar esta pieza tiene que ver con el papel del juego en la obra del artista. Así como en Caballos corriendo al infinito se introduce una anomalía en un juego para desplazarlo desde su dimensión racional hacia una imposible y poética, en la Mesa de billar oval (1996), superficie sin esquinas y donde las bolas se mueven por el aire, se hace imposible la precisión que define a tal deporte. Otro ejemplo: la Mesa de ping-pong (1998), donde dos mesas de juego se funden en una sola con un estanque de lirios al centro.
La introducción de elementos extraños o la inutilización de los habituales son parte de las dislocaciones escultóricas referidas por Buchloh. Asimismo, en los diferentes ejemplos, el artista desplaza el papel de la competencia hacia la especulación. También suspende, de manera literal, las diferentes reglas. Más que ocupado en ganar, el espectador adquiere conciencia de su propia percepción y, como en este tablero, de sus posibilidades infinitas.
CGV- octubre, 2020
Referencias
https://www.moma.org/collection/works/81977
https://museoamparo.com/colecciones/pieza/2534/horses-running-endlessly?page=3
“Gabriel Orozco: La escultura de la vida cotidiana”, en H. D. Benjamin Buchloh et al., Gabriel Orozco, Kunsthalle Zurich, Zurich, 1996.
https://www.nytimes.com/es/2017/01/15/espanol/cultura/duchamp-y-el-arte-como-gran-partida-de-ajedrez.html
https://www.museoreinasofia.es/exposiciones/gabriel-orozco