El viaje que realizó el valenciano Lluis Dalmau a Flandes en 1431 inaugura el gusto por elementos flamencos en el arte aragonés. Este Calvario ejemplifica un momento de transición de estilos entre el gótico internacional y el proveniente del norte: los rostros cobran cada vez más expresividad; los fondos dorados son sustituidos por un rico paisaje natural; y las composiciones, anteriormente más sencillas, se vuelven multitudinarias. Esta gran cantidad de personajes aumenta el sentido dramático que tiene la escena, que se complementa con los dos ángeles que flanquean la figura de Jesucristo.