En sus comienzos, Pardo fue una expresionista abstracta. Sus cuadros se caracterizaban por la aplicación gestual y dramática de óleo sobre lienzo. La impresión de la mano de la artista a la vez revelaba su psique interior e intentaba evocar un sentido universal de la emoción. Sin embargo, hacia fines de la década de 1960, Pardo se unió a muchos otros artistas venezolanos, incluyendo a su esposo, Alejandro Otero, y empezó a experimentar con la abstracción geométrica. No obstante, jamás abandonó su interés por explorar la emoción humana mediante las figuras abstractas. A través de la geometrización del espacio, la obra de Pardo se centró en explorar la dinámica relación visual producida por la yuxtaposición de colores, y en cómo el color podía reflejar una conciencia interna al mundo exterior. De este modo, su obra representa una síntesis única entre la estética composicional de la abstracción geométrica y la calidad espiritual del expresionismo abstracto.
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