Ceferino Gallegos "el Chilicas", fotógrafo
De la serie: "La sociedad del espectáculo"
Soy de Matehuala, San Luis Potosí. Llegué a la Ciudad de México a los 18 años, después de estar trabajando en los campos de algodón en Estados Unidos. Desde la primera vez que fui a la lucha libre me encantó. Ahí se olvida uno de todo.
Llevo 48 años en la lucha. Al principio pagaba mi boletito. Pero después me fui ganando a la gente y me dejaban entrar. Me gustaba pedir autógrafos, me gustaban más los rudos, me gustaba tomarme fotos con ellos. Yo recogía la ropa que tiraban los luchadores antes de la pelea. Había otra gente que también lo hacía pero eran aprovechados y se la llevaban con ellos a su casa. Yo era de confianza, y llevaba la ropa a los camerinos para que se las guardaran.
A El Santo yo lo admiraba mucho. Yo, Chilicas, quería ser El Santo. Hacía ademanes como él, me paraba como él. Un día fui y le dije: “Mire Santo como lo admiro, mire como pongo las manos como usted, mire como me paro como usted”. Poco a poco me lo fui ganando. Él me dio una cámara, y me dijo: “Mire Chilicas le regalo una cámara de categoría, una Retinette modelo 1”. Yo me hice fotógrafo por El Santo. Él me consiguió mi pase y mi credencial, y me llevaba a tomarle fotos. Yo le tomaba fotos en el ring, y también con los aficionados.
A El Santo, yo lo reconocía sin máscara por su voz. Él me miraba a la cara, pero yo me agachaba, lo reconocía pero no le hablaba, no tenía caso. Yo le guardaba respeto. Luego sus amistades le decían “mira Santo, sin máscara el Chilicas no te saluda”, y él les contestaba: “Dejen al Chlllcas”. Él sabía que yo lo hacía por no taparle el ojo al macho, por guardarle respeto a mi ídolo. Yo siempre estaba detrás de él, cuidándolo.
Tengo fotos con El Santo, en el 63 me puso su cinturón. Es muy bonita la foto del recuerdo. Es la sombra de una foto, siempre se guarda la sombra. Me gusta mucho recordar, recordar aquellos años desde mi juventud, me acuerdo con esta foto o con aquella o con la otra. Tengo muchas fotos guardadas. La sombra que nunca lo deja a uno, aunque no la vea uno, ahí está siempre.