Cristo crucificado

El Conde de Maule en su viaje por España de 1812, escribe que vio esta pintura en el templo del Convento de Agustinos Calzados de Granada y lo describe como “el Crucifixo que se vé en el arco de la capilla del Santo Cristo, los tienen por de Cano: parece de Atanasio”. Sin embargo, la pintura no ingresa en el Museo durante la desamortización de Mendizábal, como el resto de las obras procedentes de ese convento, será adquirido por el Estado en 1958.Esta pintura es similar a un Crucificado también pintado por Bocanegra y conservado en el Museo de Bellas Artes de Córdoba, procedente del Convento de los Capuchinos de esa ciudad andaluza. En ambos casos a la herencia canesca habría que sumar cierto acercamiento a la estética vandyckiana, probablemente gracias a la difusión de sus pinturas a través de grabados. Estas pinturas deben fecharse en torno a 1670 y, por tanto, debemos considerarlas experiencias previas a la realización del gran Crucificado de la Expiración de la Catedral de Granada de 1674, con el que Bocanegra ganaba el concurso para hacerse con la plaza de pintor de la Catedral, desplazando así a su eterno rival Juan de Sevilla.Al habitual esquema de tres clavos hay que sumar la aparición de los ángeles niños en vuelo, que expresan de forma muy visible el dolor por la Pasión de Cristo escenificada en este Crucificado. Todo ello sobre un fondo tenebroso, con luces crepusculares en la línea del horizonte que permiten distinguir un lejano perfil montañoso. Desde luego el gran nexo con lo canesco es la propia poética del Cristo, negación de la representación del dolor, huyendo del realismo extremo de otros de sus contemporáneos. Desprovisto del aparato iconográfico de la versión catedralicia, lo mejor de la pintura es, sin duda, la firmeza y elegancia del dibujo del desnudo, el vuelo nada exagerado del paño de pureza, y el sereno rostro de Cristo.La reciente intervención restauradora le ha devuelto a la pintura una riqueza cromática especial y ha recuperado el esplendor de la obra.