En este lienzo Sorolla fusiona el retrato con la pintura al aire libre, una fórmula que aplicará preferentemente a su familia. Familiares y amigos eran los modelos preferidos del pintor, pues ellos le hacían sentirse cómodo en un género que no era su favorito; hacerlo además al exterior, "a pleno aire", aumentaba su satisfacción.
Fuera de las paredes del estudio se multiplican los juegos de la luz, y el retrato se enriquece con sus matices: aquí la luz de tarde que alarga las sombras y se espeja en el agua, golpea a contraluz la figura de Clotilde y arranca de su traje blanco inesperados tonos de malva, azul y verde, mientras que, filtrándose a través de la sombrilla, envuelve el rostro de Clotilde en un halo suave.