Colgante en forma de pez alado

Un bello y único pez alado hallado en una tumba de San Agustín, en las montañas andinas, habría tenido que volar enormes distancias físicas -pero sobre todo culturales- para viajar desde el Océano Pacífico, donde abundan los peces con alas, hasta las cumbres donde nacen los ríos Magdalena y Cauca, que fluyen al norte, y los que descienden a las selvas amazónicas. ¿Por qué un pez alado colgaría del cuello de un antiguo cacique del período Isnos de la región de San Agustín? Es maravilloso que un objeto fundido en oro con una forma tan grácil y libre corresponda a las mismas sociedades que esculpieron masivas estatuas en bloques de piedra volcánica, hombres con agresivos colmillos de jaguar que llevan puestas narigueras y diademas como las de metal que se encuentran en sus tumbas.

De hecho, al observarlo de cerca, este pez tiene también unos dientes muy marcados. Y unos ojos muy destacados, cuando lo que menos llama la atención de un pez –y de muchas aves, salvo las de presa– son los ojos. Dientes y ojos –y sin duda el color amarillo– son características que definen en el mundo prehispánico americano al ícono de poder por excelencia, el felino, epitomizado en el mayor felino americano, el jaguar. Pez, ave y jaguar. Son tres símbolos cosmológicos: para muchos indígenas amazónicos y andinos actuales nuestro mundo tiene forma de disco; hacia arriba hay otros discos donde viven seres míticos a los que el chamán –el líder religioso– accede transformándose en ave, y hacia abajo otros discos húmedos, femeninos y nocturnos a donde se llega como el pez. El colgante le daría al hombre-jaguar de San Agustín el acceso y los poderes del cosmos. EL