Jaume Cabrera fue un pintor barcelonés formado seguramente en el taller de los hermanos Serra, quienes debieron de transmitirle el gusto italianizante caracterizado, en su caso, por la creación de unas composiciones armónicas muy equilibradas y una atmósfera narrativa muy plácida que mantuvo inalterable a lo largo de su vida. El uso de esta estética italogótica contrasta con la nueva corriente estilística del primer gótico internacional que en los mismos años ya utilizaban Lluís Borrassà y Joan Mates, por lo que debe considerarse a Jaume Cabrera un pintor de gusto conservador, posiblemente el último representante de aquel mundo artístico desaparecido del trescientos. El centro de atención de la pintura es el Niño Jesús, sentado en el regazo de la Virgen –representada según la tipología de la Virgen de la Humildad, sentada en el suelo sobre un cojín–, que juega con un jilguero que vuela, y que tiene cogido en la mano con una cinta. A su lado, unos ángeles tocan instrumentos musicales creando una de las atmósferas más líricas y poéticas de la pintura gótica catalana.