Tanto la vida en la Alhambra y Generalife como su paisaje han sido objeto de creaciones artísticas desde su construcción. Así lo demuestran las innumerables composiciones literarias, musicales, escultóricas y pictóricas de todos los tiempos. Si nos centramos en estas últimas, se considera que fue la década de los 70 del siglo XIX, cuando el orientalismo estaba de moda en la sociedad burguesa capitalista europea, encontraron una fuente de inspiración para sus creaciones en el último reino musulmán en la península ibérica.
Rusiñol quedó fascinado por la luz, el agua y la arquitectura desarrollada por los nazaríes en la Alhambra y el Generalife. Su óleo sobre lienzo El Patio de la Alberca muestra una recreación del Patio de los Arrayanes del palacio de Comares en la que el pintor recrea un día soleado, con mucha luz. La imagen debe reflejar tranquilidad, por lo que evita plasmar la gran torre defensiva de Comares. Al pintor sólo le interesa el patio, con su luz y agua, por lo que el interior del Salón del Trono está simplificado. Decora el espacio con unas plantas que reflejan las existentes en aquella época, tal y como lo demuestra la fotografía de Jean Laurent hecha en 1871. Pone la mirada en el agua, en el gran espejo que refleja la arquitectura del lado norte del patio. El agua toma el color del patio, su recipiente, cuando empieza el atardecer.
El color del agua es caleidoscópico al reflejarse en ella distintos paramentos verticales y elementos vegetales. Por ello, y nunca mejor dicho, el color del agua es Alhambra.