En febrero de 1964, con motivo del primer centenario del nacimiento de Miguel de Unamuno, el Ayuntamiento de Salamanca presentaba una moción dirigida a rendir homenaje al escritor, que se concretó en la erección de un monumento en su honor. No fue hasta agosto de 1965 cuando se solicitó a Pablo Serrano la realización de una serie de propuestas que comprendían una actuación escultórica y urbanística concebida junto con el arquitecto Antonio Fernández Alba. En su afán por captar el espíritu unamuniano, Serrano plantea una imagen que, envuelta en la toga rectoral, "nace y crece desde la tierra misma o prendida a ella", una imagen que se construye mediante la yuxtaposición de volúmenes abstractos, cóncavos y convexos, que crean un gran volumen del que surge el rostro, con gesto de angustia, de Unamuno. Con la intención de aunar las ideas de estatismo y dinamismo, Serrano planteaba que la gran imagen de bronce se situara junto al Convento de las Úrsulas y frente a la casa donde vivió el escritor, justo "en el cruce de dos caminos, ascendente y descendente (.), como en busca de la verdad". El monumento quedó inaugurado el 31 de enero de 1968.