Las políticas públicas en materia de servicios estaban en manos del gobierno federal, que a su vez las
centralizó. De esta manera logró otorgarle a la capital del país un incremento en la inversión federal por
habitante, que hacia la década de 1940 fue 5% mayor, comparada con ciudades como Guadalajara y
Monterrey, lo que garantizó para la Ciudad de México, décadas de creciente prosperidad.