El tecalitlense Federico Enrique Ochoa y Ochoa, hijo de terratenientes que heredaron ingenios azucareros en Jalisco y Michoacán, educado en Europa y Estados Unidos, incursionó en los toros, el teatro y el matrimonio; mientras que dilapidaba la sólida fortuna familiar amasada por diez generaciones de trabajo y trescientos años de ahorro. Alrededor de sus 40 años, cuando se dio cuenta de que no le quedaba un centavo de su fortuna, se vistió de payaso —con la cara enharinada y ropa de mojiganga— y decidió dedicarse de tiempo completo a hacer reír a los niños.