Esta señora huele a campo... ¡qué maravilla para un perro de ciudad como yo! Sus pies —lo percibo porque los aromas tienden a subir− huelen a la tierra polvorienta de los caminos: se le metió entre los dedos, en todas las grietas, debajo de las uñas; es un polvo hecho de muchas cosas: yerba seca, excremento de burros y vacas, madera, piedra molida, esqueletos de animales triturados por el tiempo.
Ella huele también a jabón, al igual que el hombre que tenemos junto y que le pasa un brazo por los hombros... bueno, en realidad ha de ser su ropa, porque por debajo olfateo su olor natural, el que nace de quiénes son, de lo que comen, de lo que hacen.
Se nota que son pareja porque en los dos se perciben los mismos aromas de casa: una mezcla de las cosas que ahí se usan y se guardan, así como de las personas que ahí viven, y que son tan reconfortantes porque significan “hogar”: ese y no otro.
Los olores también tienen que ver con su edad y estos dos son bastante viejos, ya no sirven para la reproducción. Si fueran perros habrían dejado de trabajar hace mucho, y pasarían sus días en cualquier rincón soleado (eso si les va bien) y las noches soportando el dolor de huesos. Un mal día el dueño los mataría, porque nomás estarían comiendo sin servir para nada. Parece que con los humanos no es así, aunque a veces los dejan morirse poquito a poquito, algunos de enfermedad o de descuido, otros de puritita soledad.
Pero estos dos todavía no se echan: me doy cuenta porque en el pelo de ella se entrelazan los perfumes del anafre: carbón y leña quemada, tortillas, chile, los frijoles que están cociéndose en la olla... También huele a excremento de gallina, un poco.
De él olfateo el sudor, aunque apenas, porque recién se aseó y se puso algo en el pelo que huele mucho. Pero trae el sudor aquel que no se quita, porque viene de los años, del cansancio, del trabajo duro en muchas tareas: en el campo, de peón, de albañil, cavando zanjas, arreando ganado... de lo que hubiera, porque a veces los cultivos se echan a perder y, sin cosecha, hay que buscar el sustento en otra parte.
¿Para qué vinieron a Puebla? El hombre voltea a decirle algo a la mujer y en su aliento hay alcohol: señal de que viene de alguna cantina. Como ella no le contesta no huelo su aliento, pero nunca hay mujeres en las cantinas a las que me han llevado, así que supongo que no ha tomado... ¿dónde habrá estado mientras tanto? Su rebozo huele a desinfectante, a hospital.
Quizá venga de ahí.
Percibo la tensión en su cuerpo, como si se hubiera enojado y se contuviera de mostrarlo. Se nota que no tiene ganas de estar cerca de él, y eso que el fotógrafo siempre les dice a las parejas que se pongan muy juntitas... El hombre sigue con su mano en el hombro de ella, en una postura cariñosa y algo tímida, propia de quien no está acostumbrado a mostrar su afecto... y se oye el clic de la cámara.
Yo ya me quiero ir, estoy cansado de que me presten a todos los clientes del estudio fotográfico. Ojalá esta señora deje de apretarme y me baje de una vez.