Txomin Badiola está considerado, junto con Pello Irazu, una de las figuras clave de la renovación de la escultura vasca y española desde la década de los ochenta. Esta generación de artistas se dedicó a reescribir la sintaxis de la escultura desde una posición arraigada en la tradición moderna para desmontar los mitos de la historia y recomponer, en el presente, algunas de sus invenciones formales. Dicha acción buscaba formas y discursos adaptados a un momento de crisis tanto de la representación como de la ornamentación.
Badiola construye escenarios raros donde suceden hechos extraños, donde se producen encuentros y malentendidos, en un juego de fabricaciones que ofrece al observador un espacio inmenso en el cual crear su significado. Todos los elementos se inscriben en el proceso de hibridación y mezcla de lenguaje con el que se ha comprometido el artista durante los últimos años.
Complot de familia. Segunda versión es una obra esencial en la carrera de Txomin Badiola. En ella, los elementos estrictamente constructivos, tan estrechamente vinculados a sus obras, convergen con su interés por la arquitectura, el diseño, el mobiliario y la escenografía teatral, junto con la incorporación de referencias del cine, la televisión, las fotonovelas, los cómics, etc. Esta segunda versión a la que se alude en la primera parte del título es el desarrollo de una anterior que se presentó por primera vez en una exposición celebrada en Nueva York en 1994.
La obra fue incluida en una exposición en 1995 en Madrid. La muestra integraba una serie de ficciones (alegorías múltiples) que se alimentaban de retos extraños para la realidad que Badiola definía como situaciones absurdas o improbables plasmadas por personas reales que "acaban creando un entorno material y espacial". A medio camino entre la escenografía teatral y la insinuación cinematográfica, la obra de arte amplía los límites de la escultura, al tiempo que se adentra en el terreno de los medios postmodernos.
Al unir objetos, construcciones y fotografías de personas aparentemente sin relación alguna entre sí pero que presentan fuertes cualidades evocadoras, el espectador se siente impelido a situarlas en el tiempo y el espacio mediante una acción imaginada y, por consiguiente, acaba completando la obra de arte. Así, es el espectador quien otorga significado a esta instalación al unificar y relacionar los diferentes espacios escenográficos, así como los objetos e imágenes ubicados en ella y en sus inmediaciones, de manera que todo se justifica mutuamente.