El excelente estado de conservación de numerosas figuras de cerámica huecas, incluidas algunas de medio metro y más de largo y otro tanto de alto, sólo ha sido posible gracias a que se trataba de objetos funerarios. Esto es doblemente cierto en el caso de tumbas, como las de tiro del Occidente, que son cámaras cerradas que conservaron aire en su interior y no fueron llenadas de tierra o piedras. La especie de burbuja rígida de tepetate formada por la excavación protegió todo lo que se colocó en el interior. Es habitual llamar “ofrendas” a todos los objetos depositados en una tumba, pero sólo algunos lo son. En realidad, lo que encontramos en las tumbas mesoamericanas y en las de tiro en particular, son diversas figuras, zoomorfas y antropomorfas, imágenes de dioses, ancestros, parientes acompañantes. También suele haber platos y vasijas, que seguramente fueron receptáculos de las ofrendas propiamente dichas.
Esta fantástica representación de un felino sedente recuerda un poco, en sus dimensiones, en la redondez de sus formas, en la discreta gracia de su postura, a los célebres perritos hallados en diferentes tumbas, también en Colima. Explicar la presencia del felino en la tumba resulta, sin embargo, más difícil. En efecto, los perros pertenecen al contexto funerario porque representan parte del entorno familiar o doméstico del difunto. Además sabemos que, al menos para las culturas del Posclásico, el perro estaba asociado a la idea del viaje del alma de los difuntos hacia el mundo de los muertos; por lo tanto el perro era un acompañante natural en una tumba. El jaguar no es un animal familiar, su presencia se explicaría en función de otras ideas religiosas y mágicas.
En primer lugar, el jaguar era visto como un animal del interior de la tierra, de las cuevas, de la parte oscura, nocturna del mundo. Pero además era un animal asociado a algunos individuos o grupos de individuos de la sociedad mesoamericana: el jaguar se relacionó con la actividad militar y hubo cuerpos de guerreros especializados llamados jaguares, cuyo uniforme de combate era de piel de jaguar. Asimismo, el jaguar se asoció a la práctica sacerdotal, y en especial al culto del dios de la lluvia. Finalmente, el jaguar era uno de los animales en los que con mayor frecuencia encarnaban los magos con fuerza de nahuales; se convertían en jaguares gracias a sus poderes mágicos. También algunos gobernantes con poderes especiales se asimilaban ritualmente al jaguar en algunas ceremonias o tenían fuerza de naguales y tomaban la forma del felino.
Sobre la técnica de elaboración de esta pieza, es importante resaltar el uso de dos engobes, uno negro y otro rojizo, superpuestos. Es posible que se haya utilizado cera para dar forma a las manchas al cubrir la pieza con el segundo engobe. El bruñido dio a la figura un acabado semi-brillante.
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