En el verano de 1908, como tenía por costumbre en esta época del año, Sorolla pinta en la playa de Valencia. Sabemos que durante ese verano tuvo dificultades para pintar en la playa, a causa de los frecuentes temporales que azotaron la costa de levante durante el mes de agosto, y que él describía en una carta a su amigo Pedro Gil, explicándole que el mar estaba "sucio de tierra roja".
Sorolla utiliza en esta ocasión un formato apaisado, que acentúa la impresión de soledad de la mujer en la playa. Esta parece estar esperando a alguien y mira hacia fuera del cuadro, resguardando sus ojos del sol con la mano derecha. El mismo sol que la deslumbra proyecta en la arena su sombra alargada y oscura que cobra un gran protagonismo en el cuadro y contribuye a crear una impresión muy precisa de la hora del día, en los momentos anteriores a la puesta el sol. El mar está algo agitado y se ha vuelto oscuro. Como en tantas otras ocasiones, Sorolla logra suscitar, casi sin anécdota y sólo por medios visuales, un estado de ánimo, en este caso de inquietud.