Silberstein, en un breve ensayo sobre su visita en 1940 a Rivera y Kahlo, recuerda: "Frida se dio cuenta de que me gustaba el contraste entre la figura amenazadora con forma de esqueleto y la máquina de coser a los pies de la cama". Aparenta estar a gusto mientras sostiene un cabrito con el brazo y lo apoya en su pecho, y hay algo sincero en el modo en que mira a la cámara.
Las obras de Silberstein, que representan a Kahlo rodeada de los objetos de su casa (cuadros propios; obras de arte popular, incluidas cerámicas y las figuras de Judas de papel maché; y aquí, una cabra de mascota), nos muestran cómo quería que el mundo la viera: el destello de una versión de su imagen pública.
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