Durante una estadía de dieciocho meses en San Francisco, Frida (también conocida como Frieda) Kahlo pintó este retrato de sí misma y de su nuevo esposo, Diego Rivera, para Albert Bender, mecenas y futuro partidario del museo. Kahlo había acompañado a Rivera a San Francisco después de haber recibido un encargo para crear murales en la Bolsa de San Francisco y en la Escuela de Bellas Artes de California. La banderola que sostiene la paloma en el pico ubicada encima de la pareja dice "Aquí nos veis, a mí, Frida Kahlo, junto con mi amado esposo Diego Rivera. Pinté estos retratos en la bella ciudad de San Francisco, California, para nuestro amigo Mr. Albert Bender y fue en el mes de abril del año 1931".
Los años que abarcan desde la creación de este cuadro hasta la actualidad han sido testigos de cambios inmensos en el estado y el papel de la mujer y, por extensión, en la experiencia de las mujeres artistas. En el contexto de su época, la contribución individual de Kahlo (sin remordimiento y con rasgos muy femeninos) a un modernismo dominado por hombres es aún más notable. En esta imagen, Kahlo usa con moderación los dispositivos tradicionales de escala, iconografía y composición para posicionarse como la compañera de un ícono del modernismo estadounidense: el aclamado muralista mexicano Diego Rivera. La inmensa masa de Rivera está plantada en el piso del plano pictórico, mientras que la forma diminuta de Kahlo pareciera flotar a su lado, anclada solo por su mano izquierda. Su cabeza se inclina hacia él, ambos reconociendo su presencia y remitiéndose a ella, pero la cabeza de Rivera se aleja de la figura de Kahlo. Él sostiene el clásico atributo artístico de la paleta y el pincel, y ella, a su vez, lo toma de la mano.
El retrato es una negociación constante de autorrepresentación y autoinvención. En realidad, Rivera medía 30 centímetros más que Kahlo, pesaba tres veces más que ella y tenía el doble de su edad. La carrera de Rivera ya estaba bien establecida cuando este encargo lo llevó a San Francisco, mientras que la de su esposa apenas había comenzado. Con estos datos en mente, uno se pregunta si esta imagen es una autorrepresentación veraz o una crítica velada y más inventiva sobre el papel subordinado de Kahlo en la relación.
Los numerosos autorretratos de Kahlo suelen asociar a la artista con su cultura nativa, como lo implica su atuendo tradicional mexicano en "Frieda y Diego Rivera". También le fascinaban los arquetipos espirituales y mitológicos de las culturas precolombina y egipcia antigua, que se identificaban con figuras que representaban la naturaleza, la luna, la fertilidad, el renacimiento y la tristeza. Si bien el formato de "Frieda y Diego Rivera" sugiere un retrato de boda colonial, las formas abstractas y simples de la pareja (el hombre más grande y poderoso que cuenta con el apoyo de una mujer más pequeña pero inquebrantable) evocan las estatuas egipcias de los faraones y sus reinas. Por lo tanto, la imagen es el comienzo de la identificación pictórica de toda la vida de Kahlo con los ideales abstractos espirituales y míticos de mujer, madre, diosa, creadora y víctima.
Publicada originalmente en el libro "SFMOMA Painting and Sculpture Highlights" ("Pinturas y esculturas destacadas del SFMOMA") (San Francisco: Museo de Arte Moderno de San Francisco, 2002)
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