Fue descubierta en 1870 e ingresó en el Museo por compra en 1873. Se trata de una escultura labrada en un solo bloque, representada frontalmente en actitud oferente. Se la puede considerar la pieza más destacada del elenco de damas oferentes del santuario del Cerro, auténticos exvotos, que ofrecen una visión variada e idealizada de las élites sociales.
Los atributos exclusivos con los que se representa en la vestimenta y sobre todo, en la joyería, son símbolos jerárquicos de carácter divino. El peinado trenzado que cae a ambos lados y el elaborado postizo rematado por rodetes que enmarcan el rostro, aluden a la representación de una mujer joven.
Sus dimensiones cercanas al tamaño natural, evidencian que se trata de un personaje importante, perteneciente a la aristocracia, en su presentación a la divinidad, como parte de un rito de paso de edad, reforzado por la presencia del vaso caliciforme, destinado a contener un líquido sagrado, como ofrenda asociada a la libación, plegaria y ritos de paso.
Recientes análisis han detectado restos de policromía, aplicada directamente sobre la piedra, en colores rosados, pardos de distintas tonalidades y granos de azul, dispersos, en baja proporción.