En la vida de Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861 – Aranjuez, 1931), Mallorca se convirtió en un lugar que iría siempre estrechamente vinculado a su personalidad y que tendría un lugar destacado, dentro de su obra tanto de pintor, como de escritor.
Esta obra representa un paisaje urbano contemplado desde la altura en el que los grises tejados de la población, ocupan casi todo el espacio pictórico del cuadro. En medio de la composición se deja ver una calle por donde camina un cortejo de gente que sale de la iglesia de Pollença con cirios en las manos. Esta incorporación le sirve también para humanizar el conjunto, finalidad que también le llevará a pintar el humo saliendo de las chimeneas.
El dramatismo de este cuadro aumenta con un cielo lleno de nubes horizontales y luminosas que recuerda soluciones de El Greco. Se puede comparar con el cielo de la obra María Magdalena que se puede contemplar en el Gran Salón.
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