Por su influencia en otras modalidades, su producción masiva y distribución amplia, el estilo Ameca-Etzatlán puede considerarse el más representativo de los valles lacustres en torno al volcán de Tequila, vista esta zona en su escala mayor; el hallazgo de estas obras continúa al oriente en el próximo valle de Atemajac, en la actual Guadalajara; y hacia el sur en la zona en torno a las lagunas de Atotonilco, San Marcos y Sayula. Con seguridad, fue altamente apreciado por las comunidades de otras latitudes, como el sureste de Nayarit y el valle de Colima, a donde fue llevado e imitado.
Se distingue tanto en esculturas como en vasijas; en lo material y lo técnico, sus cualidades más distintivas son: la pasta de grano fino y compacto, de color gris claro que con frecuencia otorga una tonalidad un tanto grisácea al engobe crema o blanquecino que le fue aplicado; sobre éste, ciertas secciones se pintaron en rojo y negro; el negro aparece como pintura positiva, negativa y fugitiva; las piezas fueron pulidas o bruñidas; se infiere que la calidad de la pasta junto con la de su adecuada cocción, produjeron objetos sumamente macizos.
En la producción escultórica predominan las imágenes de mujeres y hombres; hay figuras grandes y huecas, pequeñas y sólidas; además de las individuales se encuentran algunas parejas unidas, grupos de figuras y formas arquitectónicas. La cabeza, la postura y en ocasiones la actividad, capturan la atención visual en la composición. Las cabezas son alargadas, con deformación tabular erecta; la mayoría tiene el cabello corto y se mira como un “gorro” liso o inciso; igualmente llevan tocados con cresta y bandas cruzadas, como la pieza que vemos.
En los rostros, el modelado dio forma a las cejas; sobresalen los ojos con párpados y globos oculares relevados; la nariz es larga y delgada, vista de perfil es prominente, lo cual enfatiza el aplanamiento posterior de la cabeza; los labios fueron hechos con especial cuidado y la mandíbula se ve pronunciada, angular. Los cuerpos son robustos, con formas sintetizadas, aunque en las piezas modeladas con mayor detalle la indicación de los dedos y las uñas de manos y pies resulta diagnóstica de este estilo. Los géneros se marcan con pocos atributos corporales: senos en el caso de las mujeres y su ausencia o menor abultamiento en los hombres, en ambos casos pueden tener indicados los pezones; si acaso se modelaron genitales, son masculinos y poco notorios; en ambos es constante la desnudez.
Cuando se preserva de modo más íntegro el acabado pictórico es posible notar que el negro se usó para pintar las pupilas, sobre los labios y trazar detalles de pintura facial y corporal. La falda y el pantaloncillo, o en general la mitad inferior de los cuerpos, se pintaron de rojo. Los ornamentos son mucho más sobrios que en la mayoría de los estilos identificados a lo largo del territorio de las tumbas de tiro. Aun cuando las orejas están modeladas, no siempre presentan adorno, si lo hay es muy probable que se trate de formas circulares simples. El hombre que vemos, ostenta unas orejeras rojas alargadas parecidas a las que distinguen a un estilo vecino llamado San Juanito. De manera semejante a numerosas imágenes de otros estilos, en los hombros sobresalen pequeñas protuberancias redondeadas parecidas a escarificaciones, que interpreto como alusiones a la corteza del pochote, un árbol de significaciones sagradas en Mesoamérica. Las manchas negras extendidas en los codos y en la cadera izquierda de la escultura, seguramente tienen su origen en una cocción en una atmósfera reductora, es decir, un espacio con cierta deficiencia de ventilación.