Fíbula zoomorfa de bronce que representa a un jinete en su caballo de manera estilizada y esquemática, a la que le falta el resorte y la aguja. El cuerpo del animal está decorado con círculos concéntricos troquelados y cuenta con una cabeza bajo su prótomo. Destaca por su gran tamaño, cuidada factura y por las anillas que cuelgan de las crines y cola, que generan sonido al moverse.
Las fíbulas son broches que se utilizaban para sujetar mantos y otras prendas de vestir, siendo también elementos simbólicos del prestigio de su portador. Las fíbulas de caballito son consideradas emblemas de las élites ecuestres masculinas de la Meseta, siendo piezas que se extendieron, durante la Segunda Edad del Hierro, por otras zonas del área indoeuropea de la Península Ibérica. Además de representar al caballo, o también al jinete como en esta fíbula de Lancia, contaban con una simbología asociada al ámbito de la muerte. En la cosmogonía de sus portadores, el caballo es un animal psicopompo que traslada al difundo al Más Allá, un vehículo asociado con lo solar tal y como muestra su decoración de círculos, interpretándose la cabeza que cuelga del animal como el trofeo del enemigo vencido o como el alma del fallecido.
La fíbula perteneció a Juan Bautista Crooke y Navarrot, conde de Valencia de Don Juan (1829-1904), y pasó después a la colección de Antonio Vives, que la vendió al Museo Arqueológico Nacional en 1913.