Aunque el título de la obra derive la atención hacia el avestruz, el protagonismo lo tiene el gaucho federal. Montado en un caballo de pelaje manchado y sangre caliente que parece volar por sobre la tierra, un gaucho persigue a su presa revoleando sus boleadoras. El paisano está ataviado con un chiripá rojo con una guarda sutil, una faja que sostiene su facón, chaqueta al tono, y sombrero de copa alta rodeado de la divisa federal que también luce el caballo en su frente y en las crines de su cola. Por detrás lo sigue otro gaucho emponchado y montando un alazán. El avestruz corre hacia el margen izquierdo del cuadro abriendo sus alas para agilizar la carrera. El paisaje es claramente pampeano, inconfundible por la vegetación rala y el horizonte despejado. Es claro el interés costumbrista del pintor, que se ocupa de los mínimos detalles de vestimenta del gaucho, su barba, las botas de potro, el pañuelo al cuello y otro que le cubre la nuca, y las boleadoras en alto, así como también del aparejo del caballo, la jerga que le sirve de montura, las riendas de cuero y el freno con detalle de metal. El cielo crepuscular, la persecución del hombre y su presa, y sobre todo el interés del pintor en representar el vigor del caballo en la plenitud de la carrera, son algunos de los elementos que hacen de esta obra un ejemplo cabal de la poética romántica.