El Niño Jesús dormido sobre la Cruz

A mediados del siglo XVII se introduce en España la iconografía del Niño Jesús dormido sobre la Cruz, de larga tradición en la pintura europea del Renacimiento y el Barroco. Esta nueva tipología penetró pronto tanto en artistas como en comitentes, y se extendió rápidamente gracias al dinámico tráfico de grabados, especialmente los derivados de las pinturas del boloñes Guido Reni. Estas imágenes pasaron a engrosar la nómina de temáticas de Cristo infante pasionario, en la que se le muestra de manera anacrónica, con los atributos de su futura pasión, muerte y resurrección. Esta iconografía caló profundamente en la mentalidad sevillana desde comienzos del siglo XVII, debido a que combinaba de una manera equilibrada la dulzura de la infancia con el dramatismo de la muerte, siempre dentro del estilo de esta escuela, en la que se evita la excesiva recreación del tormento y la sangre.

En este lienzo el pintor sigue muy de cerca los modelos de Murillo en los que hay una serie de elementos que se repiten y que son signos, precisamente de esa filiación premonitoria. El más destacado de ellos la inequívoca presencia de la cruz como elemento del martirio, que no está aislada sino que se sitúa paralela al cuerpo del Niño, a escala con su tamaño, para que apoye la cabeza junto a la unión de los travesaños, presagiando la posición en la que morirá. El cortinaje que cierra el fondo es rojo, color pasionista; la desnudez del Niño, apenas cubierto por la tela sobre la que está dormido a modo de sudario y que le cubre parcialmente la cadera, como si del paño de pureza se tratara. El modelo sigue los prototipos infantiles de Murillo, es un niño rubicundo de labios y mejillas rosados y cuerpo redondeado. Aparece en primer plano, algo descentrado y recibiendo sobre su piel un potente foco lumínico que oscurece el resto del lienzo.