Sentado en el suelo, sobre un manto blanco a rayas vinosas que cubre parcialmente su desnudez, el anaciano Job eleva ambas manos al cielo en actitud de adoración. Apoya su espalda contra un ancho pilar deconchado; asu alrededor yacen dispersos fragmentos de vasijas de barro y otros objetos propios de un muladar. Más atrás se entrevén, otras paredes arruinadas, un riachuelo o charca, una finca y un monte cerrando el horizonte, manchado con los celajes rojos y dorados del atardecer. Grandes cúmulos flotan en un cielo tenebroso, dos águilas surcan los rayos de luz zobrenatural que iluminan al santo patriarca idumeo, modelod e paciencia inalterable y de profunda confianza en Dios.