Esta pequeña obra, realizada sobre tabla, denota el gusto por la pintura española del Siglo de Oro al recrear un género que tuvo en Murillo a su cultivador más importante y fue tema predilecto de la pintura andaluza de la época. A diferencia de otros artistas sevillanos que también la trataron, Romero Barros dota a la escena de mayor delicadeza, inspirándose en sus propios hijos -Carlos, Enrique y Julio-, para presentarnos, no ya a pilluelos, sino a niños normales jugando a la brisca en la puerta de su propia casa de la Plaza del Potro.