−Mire, Luisita, es la fotografía de la boda de mi nieta. Me dio mucho pesar que usted no hubiera podido asistir, pero entiendo la complicación que era venir desde Tlaxiaco y ¡con la premura con que tuvimos que organizar todo!
El esposo de Minerva Soledad es abogado y asiste a don Maximino, por lo que tiene el tiempo muy ajustado, casi ni es de él, todo lo dispone para atender las necesidades de su patrón. ¡Una barbaridad! Cuando vino a pedir la mano de mi nieta nos dijo que disculpáramos que se presentara solo, que no vinieran sus padres ni un padrino, pero que quería a Sole y ahorita tenía tiempo para casarse, que no quería posponer la boda porque su patrón podría irse a la capital y él tendría que viajar y quería llevársela. ¡Menudo disgusto que nos dio a mi madre y a mí! ¡Llevarse a Soledad hasta la capital y nosotras con esta edad encima!, pero, bueno, ni para qué agüitarse pensando en lo que vendrá.
Usted sabe lo que fue para nosotras crecer a esta niña. Yo quedé viuda cuando la fiebre española, perdí a mi esposo y a tres hijos; solo me quedó la madre de Soledad y luego la tragedia de su muerte y... vuelta a empezar, sola, con la ayuda de mi madre, para criarla. ¡Toda la vida nos ha pasado encima, Luisita! Desde enfermedades hasta la lucha por defender nuestra verdadera religión. Todo lo hemos aguantado, lo sabe usted; mi madre y yo haciéndonos cargo del taller de cerámica, trabajando como si fuéramos hombres. Y conste que no me quejo, así ha sido dispuesto en el cielo y por algo será, pero la partida de Soledad me duele más que todas las desgracias pasadas. Siento que el alma se me parte. Cada vez que veo esta fotografía no puedo dejar de llorar, vea usted a mi madre, casi ni se ve de lo chiquita que está y, aunque no me dice nada, yo sé que está de pesar.
La boda la preparamos con pocos días de anticipación y Dios quiso que las cosas salieran bien, hasta el mantel para la mesa nos lo hicieron rápido. ¿Creerá usted que le pedí al señor Afif que nos hiciera el favor de fabricarlo y nos hizo descuento?, dijo que era su regalo.
A pesar de las prisas, nos dimos el gusto de hacer el vestido de la niña y preparar su ajuar. ¡Hicimos las sábanas con las iniciales bordadas! Le pedimos a don Rafael Fuentes que viniera a Atlixco para fotografiar la boda. La fotografía de Soledad vestida de novia y las que le tomaron con su esposo, ella se las llevó a su casa, pero yo me quedé con esta. ¡Vaya usted a saber por qué! Quizá por la nostalgia de la casa adornada de fiesta después de tantos años, o por los amigos que llegaron, o por los chiquillos que se arremolinaron en la mesa. Mire usted: aquí, detrás de Soledad, estoy yo y, al lado, mi madre. Las tres juntas, Luisita, el día que la niña se nos fue. Quizá sea por eso, Luisita, quizá...