Desde el punto de vista plástico, ésta es una pintura de gran calidad dentro del corpus de la obra de Juan Tinoco. El intenso tono general, de vistoso colorido, queda sin duda mermado porque ahora sólo conservamos un fragmento de una obra que seguramente era de mayor tamaño. La imagen se inscribe dentro del espíritu barroco de la época, como excepcional ejemplo en la Puebla de la segunda mitad del siglo XVII, de profunda religiosidad, heredera de las enseñanzas del obispo Juan de Palafox y Mendoza.