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La vista de los volcanes desde el camino a Cuernavaca

Dr. Atl1958

Amparo Museum

Amparo Museum
Puebla de Zaragoza, Mexico

Este paisaje comprende una perspectiva panorámica del sureste del valle de México, desde un sitio elevado al sur del mismo -posiblemente la localidad de San Miguel Topilejo- en el camino hacia Cuernavaca. En la lejanía se percibe el perfil de la cordillera donde se aprecian, en el extremo derecho, los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl y hacia el centro el Tláloc y el Telapón. La cúspide nevada del Iztaccíhuatl se percibe sin dificultad, mientras que el cono del Popocatépetl casi se funde, por el efecto atmosférico, con un cielo cubierto de nubes blancas, largas y finas. Entre las cimas azuladas se reconoce también el volcán Tehutli, ubicado en las inmediaciones de Milpa Alta, así como la sierra de Santa Catarina que enmarca la zona lacustre de Xochimilco y Tláhuac. El primer plano muestra las laderas de cerros que rodean un fértil valle cuadriculado por parcelas agrícolas. La vegetación es un alarde de riqueza cromática: violeta, morado y tonalidades de azul así como verdes, ocres y anaranjado. Con pinceladas rápidas y expresivas se describen arbustos, pastos y flores silvestres, mientras que trazos largos con densidad pictórica conforman las masas de los montículos.

En la historia del arte moderno mexicano se destacan dos pintores del paisaje del valle de México: José María Velasco y Gerardo Murillo, el Dr. Atl. Cada uno tan distinto del otro y, sin embargo, similares por su acusado interés científico por la naturaleza y sus fenómenos, su convicción de pintar en el campo y su fascinación por la majestuosidad del valle de México y sus volcanes. Es significativo notar las coincidencias de La vista de los volcanes desde el camino a Cuernavaca del Dr. Atl con el célebre El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel de José María Velasco, pintado en 1877. Cada cuadro presenta el valle desde dos puntos de vista distintos, incluso distantes, pero comparten la búsqueda de una amplitud panorámica que permita a la mirada aprehender una inmensa extensión espacial, así mismo expresan la noción de  grandeza inscrita en la naturaleza del Altiplano central.

En el caso del Dr. Atl,  otorgó al paisaje una dimensión espiritual. En 1933 escribió: “La representación de la naturaleza es una de las expresiones más elevadas del espíritu humano”.[1] Resulta paradójico comparar un paisaje de 1958 con otro realizado ochenta años antes a la luz de la trayectoria artística del inquieto y polifacético Dr. Atl, quien para finales de la década de los cincuenta había innovado este género mediante el uso de la perspectiva curvilínea -siguiendo la propuesta teórica de Luis G. Serrano de 1934- y la práctica del aeropaisaje, que comenzó a realizar en la década de los cincuenta como consecuencia de sus observaciones desde vuelos en avionetas y helicópteros.

Este paisaje se atiene a una perspectiva lineal con un punto de fuga situado en la profundidad del horizonte y el espectador se ubica en un lugar elevado, pero no aéreo. El Dr. Atl admiró profundamente los volcanes, particularmente el Popocatépetl, que exploró desde 1905 en compañía de su gran amigo Joaquín Clausell. Este volcán le inspiró numerosas pinturas así como escritos literarios -Sinfonías del Popocatépetl (1921)- y científicos. Pero fue el Paricutín, que vio nacer en 1943 y al que dedicó años de trabajo e investigación, el que le confirió mayor autoridad en el tema de la vulcanología.

[1]. Dr. Atl, “El paisaje, ensayo 1933” en Sáenz, Olga, El símbolo y la acción. Vida y obra de Gerardo Murillo, Dr. Atl, México, El Colegio Nacional, 2005, p. 610.

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