Cecilio Corro nos ofrece el retrato de un joven en un interior del que se trasluce el vano de vidriera emplomada a la izquierda, por el que penetra la luz, y un sencillo cortinaje azul a la derecha. Manuel Remírez, vestido cuidadosamente a la moda, se apoya sobre unos mullidos cojines de terciopelo, haciendo bascular todo su cuerpo, y la mirada, hacia la derecha, en actitud distraída. Dominan los colores oscuros, en tonos azules, de manera que el brillante rojo del chaleco atrae la mirada del espectador. Corro acude a la técnica más frecuente en la miniatura española, marcando los contornos del cuerpo del personaje para rellenarlo con manchas de color, mientras el rostro es delicadamente modelado a través del suave punteado. Resulta singular el tratamiento técnico del muro de la estancia, que recuerda vagamente a los efectos de las técnicas fotográficas.
El retrato miniatura es la imagen transportable de un ser querido. Este es un caso especial, porque la placa de marfil artificial que actúa como soporte, es más gruesa de lo que es habitual en este tipo de obras y, además, el tamaño del retrato y el marco de cuero repujado y firmado con el que la pieza ha llegado a nosotros, nos hace pensar que fue concebida para ser colgada en alguna estancia de la casa, quizá, en la alcoba o boudoir de la mujer del retratado.