Broto, desde sus inicios en los 70 hará una férrea defensa de la pintura frente al Arte Conceptual que había desterrado a los medios tradicionales. Será uno de los mayores exponentes de la llamada Pintura-pintura que consideraba que las dos dimensiones del lienzo constituían el ámbito idóneo para la representación artística. Esta obra fue pintada por Broto el primer año de su estancia a París, tras cerrar su etapa barcelonesa y sumarse al grupo de pintores españoles en la capital francesa, entre ellos Barceló, Campano, Sicilia y Carmen Calvo. Como señala J.M. Bonet, los cuadros más "de exiliado" que ha pintado jamás Broto son aquellos que tienen por motivo la silueta de la Península Ibérica, la piel de toro. Un proyecto, en cierto modo, de elegía española. En el caso de este cuadro, sobre la silueta negra y parda de la Península se representa esquemáticamente su relieve, con montañas y ríos; en otros cuadros de la serie, se representarán sables o escaleras.