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Marysol, España

Javier Quiroga Pazos2017

Xunta de Galicia

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Santiago de Compostela, España

Camino Francés desde Pedrouzo.

“Esta vez he venido solamente a ver a unos amigos. Acabo de llegar de Cataluña y los voy a acompañar a Santiago, así que no tengo ninguna historia nueva, pero te puedo contar un par de ellas de otros…‘Caminos’. Una vez, en Pamplona, en un Albergue privado, me tuve que quedar a solas toda la noche con un hombre alemán. El tipo bebía mucho y terminó agarrándose una buena cogorza, quedándose dormido y, cómo no, roncando como una bestia. Cuando me cansé de mirar al techo, me levanté, cogí el colchón, lo tiré en el suelo de la cocina y me tumbé en él, a ver si así podía dormir. Al poco apareció él. Se había despertado. Quería ‘bailar conmigo’, decía, ‘Sólo eso. Nada más.’ Yo le decía que sí, que claro, cómo no, pero que en otro momento, que ahora no me apetecía, que lo que quería era dormir y que era mejor que se marchara. Que volviera a su habitación. Él siguió insistiendo un buen rato y, cuando vio que no le hacía caso y que me acostaba otra vez, él, en vez de darse por vencido y volver a su cama, él…, bueno…, se tumbó conmigo. En el suelo eso sí, a mi lado, a roncarme en la oreja, por supuesto. Por la mañana, cuando se despertó, el pobre no sabía ni cómo pedirme perdón. Sé acordaba a medias de lo que había hecho y no podía creérselo. Acabamos los dos llorando, abrazados, consolándonos el uno al otro. Llevaba una semana solo en ese sitio bebiendo como un cosaco, los dueños lo sabían, pero decían ‘¿Y qué hacemos? ¿Lo echamos?’. Él no me contó nada, pero se notaba que estaba escapando de algo, algo que no podía solucionar, en su casa o en su vida, no lo sé. Y en otra ocasión, en Navarra, entré en una iglesia a echar un vistazo y, mira, yo no soy creyente ni nada, pero al poco rato empecé a llorar como una niña, a mares. No podía parar. Y no lo podía entender. Era como si ya hubiera estado allí antes. Me senté en un banco, cerré los ojos y me vino una imagen muy clara a la cabeza: era una puerta antigua y oxidada, y estaba cerrada. Una mujer que estaba por allí, una feligresa supongo, se acercó a consolarme, me enseño el lugar y, para entretenerme, me dio un folleto religioso. En él, en la portada, había una imagen de un cementerio y la puerta era, exactamente, la que yo acababa de ver en mi mente. Imagínate mi cara.”

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