Retrato de busto de la duquesa de Osuna sobre fondo gris neutro. La efigiada aparece con la cabeza delicadamente girada hacía la izquierda y sin mirar directamente al espectador. Peina su cabello castaño con un moño bajo a la griega y luce un extraordinario vestido blanco de amplio escote berta, con adornos de puntillas y prendidos de margaritas. Como aderezo lleva un magnífico collar de perlas con "pendentif" o colgante, pendientes de perla en forma de lágrimas y aguja a juego en el pelo. La elegancia de la vestimenta, junto con el gesto concede a la obra un tono aristocrático. Obra de exquisito dibujo, en el que el detallismo y la minuciosidad, casi de carácter documental, nos hacen partícipes de las texturas de las telas y de las calidades de las joyas con las que aparece la inmortalizada.
Este lienzo firmado y fechado en 1866, fue realizado el año de la boda de María Leonor Crescencia Catalina Salm-Salm, hija única del príncipe Francisco José Federico y María Josefina, con su primo, Mariano Téllez Girón, XII duque de Osuna, cuando ella contaba veinticuatro años de edad y su esposo cincuenta y dos. El duque de Osuna fue un gran diplomático y militar, llegando a reunir en vida cincuenta y cuatro títulos nobiliarios, siendo catorce veces Grande de España. El Museo del Romanticismo conserva dos estampas en las que también aparece retratada la duquesa de Osuna, aunque en edad algo más avanzada; una, litografiada y dibujada por José Cebrían García y litografiada en el establecimiento de Nicolás González (Inv. CE4790) y otra, litografiada y dibujada por Isidoro Salcedo y Echevarría y litografiada también en el establecimiento de Nicolás González (Inv. CE4791).
Carlos Luis de Ribera fue considerado el principal retratista de la Corte madrileña, junto con Antonio María Esquivel y Federico de Madrazo. Comenzó su formación artística bajo las enseñanzas de su padre el también pintor, Juan Antonio de Ribera. Tras su paso por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando donde fue nombrado Académico de Mérito en 1835, decidió trasladarse a París. En esta ciudad entró en contacto con Paul Delaroche y recibió ciertas influencias davinianas. En 1846 tras su regreso a Madrid le fue otorgado el título de Pintor de Cámara de Isabel II. En los últimos años de su vida se encargó de dirigir la restauración pictórica de la Real Basílica de San Francisco el Grande de Madrid.