En 1912, Julio Antonio recibió el encargo, por parte de la Sociedad Wagneriana de Madrid, de crear un monumento a Wagner, que se erigiría en La Moncloa. El proyecto salió adelante gracias a la acogida que tuvo por parte del príncipe de Ratisbona, entonces embajador alemán en España. No sabemos si Julio Antonio conocía la escultura de Beethoven realizada por Max Klinger en 1902, pero la influencia parece evidente. Para llevar a cabo el encargo, Julio Antonio pidió un retrato del músico y poder escuchar su música. Una vez el artista entró en contacto con la obra de Wagner, comenzó a diseñar los primeros estudios. Conocemos siete pequeños bocetos, algunos muy esquemáticos, pero hay un par que ya coinciden con lo que sería el proyecto definitivo. Julio Antonio decidió que un monumento a Wagner requería una escala monumental y que el músico debería aparecer solitario, desnudo, sentado sobre una roca, sólo con un paño que le cubre la parte baja de las piernas. El boceto definitivo tiene 94 cm de altura; el artista, para concretar el efecto de la obra monumental, inició un boceto de arcilla de tamaño definitivo, ocho metros de altura, que comenzó en su taller y que más tarde trasladó a la Fundición Codina Hnos., de Madrid, donde debía fundirse la obra definitiva. La Primera Guerra Mundial acabó con el proyecto. Los socios francófilos de la Sociedad Wagneriana decidieron no continuar colaborando; la falta de recursos lo fue posponiendo y el paso del tiempo deterioró el boceto de arcilla, que finalmente fue destruido. Solo quedó su cabeza, que posteriormente el Museu d’Art Modern de la Diputación de Tarragona hizo fundir para preservarlo.
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