Esta pintura pertenece al final del periodo barcelonés de Broto, uno de los más fecundos de su producción, y en el que formó parte del Grupo Trama hasta finales de los setenta. Este colectivo preconizaba la "vuelta a la pintura", por lo que Broto se posicionó como uno de los mejores exponentes de la llamada Pintura-pintura reivindicado la abstracción frente a la figuración. En esta obra combina los valores puramente plásticos y los simbólicos, pudiendo hablar de una abstracción lírica. La recreación de un gran paisaje evocando una montaña y la introducción de elementos arquitectónicos, en este caso una escalera, serán recurrentes en sus obras en 1984, un año muy fecundo en la producción de Broto. En palabras de J.M. Bonet, se trata de una "espectacular y casi bíblica Subida a la Montaña" en la que la pintura de color rojo superpuesta parece evocar lava. En él, Broto “llega a una comprensión de la naturaleza como plenitud del vacío", como apunta Fernando Castro Flórez. La gama de color sugiere profundidad y un sentimiento trágico, a través de esos trazos empapados de pigmentos que desintegran las formas. Broto parte de la abstracción para sugerir un paisaje en el que se puede penetrar, paisaje que a su vez oculta románticamente los restos de una construcción.
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