Sorolla realizó una gran cantidad de retratos a sus amigos, y este es un buen ejemplo de su buena factura. En esta ocasión se trata de su amigo Portillo que también era pintor. La obra destila la esencia de Sorolla y se embarga de la luz mediterránea que inunda el ambiente. Como discípulo de Muñoz Degraín y de Pradilla se revela como pintor impresionista, dejando patente el gusto por reflejar lo momentáneo y fugaz a través de una técnica suelta de pequeñas pinceladas.